Por: Elier Sifontes Calzadilla.
Ya estamos en la terminal de ómnibus de La Habana. Es 23 de febrero de 2022 y hace casi dos años soñábamos con repetir este viaje, que se vio retrasado por el impacto de la pandemia, como tantas otras cosas.
Teníamos que repetirlo, pues sin darnos cuenta, el viaje también une dos proyectos de vida y de amor: aquel del monitoreo de las tortugas marinas que desovan en las playas de la Península de Guanahacabibes, y el que acoge a entusiastas por la siembra de árboles, el cuidado de los bosques y la naturaleza en Cienfuegos.
Solo unas horas de espera y llega el resto del equipo desde Santa Clara, un poco cansados pero felices del encuentro. Al amanecer, seguimos hacia Pinar del Río. El recorrido por la autopista es tranquilo; la temperatura agradable; y se divisan los típicos paisajes de la zona: la Sierra del Rosario, casas de tabaco en extensos sembrados del cultivo y pequeños bosques de eucaliptus a la orilla de la carretera.
Llegando a la ciudad de Pinar del Río solo teníamos 10 minutos para ir al baño, estirar las piernas, comer algo y lo más importante: ver al profe Zaldívar, quien como un soldado que espera a su tropa, se encuentra sonriente y feliz de recibirnos. El profe no puede ir con nosotros, porque tiene compromisos profesionales que no pudo postergar, pero sabe que todos nos esforzaremos más para que se cumpla nuestro objetivo final y poder disfrutar de este encuentro con la naturaleza. Nos despedimos y seguimos viaje.
El poblado de Manuel Lazo (Cayuco) es el fin de la primera parte antes de llegar a playa El Holandés. Son las 12:00 del día y ya estamos con todos los bultos en espera del transporte, ¡un tractor con carreta!, que nos debe llevar hasta el destino final.
Por varias razones el tractor no llegó. Ya empezábamos a preocuparnos, cuando por suerte para todos apareció Pichín, compañero de estudio de Yaima y hoy director de una UEB Forestal. Él fue nuestra salvación, pues logró coordinar un camión que nos llevara al día siguiente. Sin otra opción, pasamos esa noche en la Unidad Docente, un recinto para las prácticas de estudiantes de Ingeniería forestal. La sede está ahora vacía, así que somos dueños del lugar. Cary, la encargada de la instalación, nos atendió amablemente, al igual que en otras ocasiones. Desempacamos para organizar los alimentos que cada cual traía e hicimos nuestra primera comida. Todos colaboran, pero resalta Xiomara como especialista en la brigada de la cocina. Temprano, nos acomodamos en agradables literas para descansar, esperando con ansias la salida al amanecer del otro día.
Disciplinadamente y con mucho entusiasmo, todos estamos listos cuando bien temprano llega el camión de Pichín. Mochilas, cajas con la comida, la jaba pesada con la batería que traía Luis y que nos había prestado Nelsito (expedicionario que no pudo venir de cuerpo presente, pero que nos acompañó en todos los preparativos), la bazuca del Bola y todos nosotros, caímos en el camión en solo 10 minutos, para recorrer los últimos 70 Km que nos separaban de una increíble estancia en playa El Holandés, casi al final de la península, estancia que cada cual imaginaba a su manera.
El camino es por un terraplén estrecho, con vegetación seca de arbustos a ambos lados, y por tramos, bosque tupido de Trhinax (delgadas palmas). Según avanzamos se estrecha aún más y estamos más cerca de la costa. Ya podemos ver el mar, muy tranquilo, con un hermoso tono azul. Pasamos de largo por el radal de La bajada, y a pocos metros de allí, llegamos a la casa de los guardabosques, donde tomaron nuestros datos personales para tener los permisos de continuar y permanecer en el lugar que es área protegida y Reserva de la Biosfera.
La llegada entusiasma a todos y supera las expectativas de los que llegan por primera vez. Los que habíamos estado en otras ocasiones, sonreímos felices de volver a la pequeña casa con techo de guano, justo a la orilla del mar.
No podíamos perder tiempo, pues llegamos con un día de retraso, así que comenzamos a armar las casas de campaña, una al lado de la otra y todas bajo el techo de guano. En poco tiempo todas las casas quedaron listas, eran 6 en total (4 dobles y dos personales).
A la par, Xiomara, Daimy, Camila y Yaima se encargaron de organizar el área de cocina y poner los calderos al carbón para más tarde degustar nuestra primera comida en campaña: ¡arroz, col hervida y albóndigas!
El resto de la tropa salió a un monte de trhinax cercano, para recuperar las pencas necesarias con que completar la cobija de la casa, pues el viento azotaba fuerte y constante desde el mar hacia la playa y hacía difícil mantener el fuego. También debíamos proteger las casas de la posible lluvia. Con un poco de trabajo, logramos traer todo el guano necesario y pronto estuvieron listos el techo y las paredes laterales.
Recorriendo la playa, encontré un palo de bambú grande y fuerte y lo llevamos al campamento para usarlo como asta para la bandera que nos había acompañado en anteriores visitas. Con la habilidad de Yordenis, Luis y mi ayuda, en poco tiempo la bandera ondeaba libre sobre nuestras cabezas, y así se mantuvo como digna vigilante de nuestros días y noches.
Al día siguiente, repartimos sacos y salimos a nuestra tarea principal: el saneamiento de la playa. Xiomara en la retaguardia de la cocina; el Bola y Leo a pescar para asegurar la comida del día. Todos teníamos confianza en que, a pesar del viento, ellos lograrían atrapar algún pez y así fue. Tuvimos una rica comida en la noche.
Nos llamó la atención que después de casi dos años sin venir a esta playa, no se observaran, a primera vista, montones de desechos. Sacamos como conclusión que la disminución del turismo en la cuenca del mar Caribe ha dejado, aparentemente, un saldo positivo en el ecosistema costero, pues estos han recibido «vacaciones» también. Asimismo, la ocurrencia de otros factores que contribuyen al problema de la basura de marea, como los eventos climáticos intensos (huracanes, frentes fríos y otras perturbaciones atmosféricas), no han sido tan desfavorables durante el período de nuestra ausencia. También que era posible que la administración del parque hubiese realizado algún saneamiento. De cualquier forma, ese día recogimos de sobre las arenas próximas al campamento, varios sacos de basura que trasladamos hasta lo más alto del risco, con la ayuda de cujes que servían para entrelazar los sacos y cargar varios a la vez.
Después del trabajo, en la tarde, algunos decidieron darse un bañito en el mar, que aunque estaba un poco revuelto por el viento, se hacía irresistible para los amantes del gigante azul. Piedras redondeadas por el ir y venir de las aguas cubren toda la orilla, y a menos de 30 metros se ve a todo lo largo de la playa el rompiente en la barrera de coral que limita el mar abierto con esta. Justo al frente de nosotros se levanta un inmenso farallón que contrasta con la playa, donde todos los días podemos ver varios pelícanos tomando el sol o alimentándose ágilmente como expertos pescadores.
Llega otra noche y nos reunimos todos para comer y hacer un brindis con vino blanco, por la felicidad y la armonía del grupo, bajo la clara luz que nos brinda el invento de Nelsito, que ha resultado de maravilla; tanto, que apenas ha sido necesario usar nuestras lámparas personales. Sigue soplando insistentemente el viento, no hay mosquitos y la temperatura es agradable. La noche pasa rápido, solo perturbada por un supuesto hurón (Leandro) que no dejó dormir a Xiomara. Empieza un nuevo día y todos saben qué hacer, la tarea principal es continuar limpiando la playa más allá de donde el primer intento, y clasificando toda la basura para separar los plásticos del resto de los residuos. Cuando más calienta el sol, decidimos tomar un descanso. Yordenis, Luis y yo, salimos a explorar los senderos cercanos al campamento, momentos para otra crónica quedaron aquí.
Al día siguiente, después del almuerzo, salimos a otra playa cercana. Lo hacemos subiendo a la carretera y caminamos alrededor de 500 m para luego bajar nuevamente a otra playa también muy bella. Todos se dispersan y en muy poco tiempo quedan los desechos recogidos. La playa está rodeada de farallones, y en lo alto de uno de ellos se divisa un agujero o especie de cueva pequeña. Leandro sube ágilmente hasta el lugar y poco a poco los demás lo siguen. Elena y Daimy lo hacen con recelo, pero finalmente llegamos arriba y el Bola prepara la cámara para dejar evidencia de la gran hazaña.
Los días en El Holandés han sido una gran experiencia. Felizmente reinó la armonía entre los que ya nos entendemos como familia. Tuvimos la posibilidad de reunirnos con viejos amigos y de conocer a otros; todos unidos por el amor a la naturaleza y el deseo de aportar al mantenimiento del medio ambiente. Fueron días compartidos entre trabajo, cocina, pesca, fotos, poca agua potable, baño improvisado, cuentos de los más habladores, la recolección de más de 200 kg de basura de marea (una ínfima parte de todo lo que ocultan aquellas dunas), y sobre todo, con la seguridad de que pronto vamos a regresar, ya sea tras la limpieza de la playa o el monitoreo de las tortugas que aquí anidan.
Acerca del autor:

Graduado en Geofísica y con vasta experiencia en exploración sísmica.
Excelente crónica de un viaje por la vida.
Felicitaciones.
¡Qué se repita!
Muy bonita la crónica. Pura naturaleza y amor por el cuidado del medio ambiente, interesante proyecto que nos unió a todos en esos 5 días maravillosos, que nos dejó a todos con ganas de repetir.
Gracias a los iniciadores, que nos han dado la oportunidad de participar!!!
Me animo a escribir sobre otras cosas que no se tocan en la crónica, pero que fueron igualmente lindas…
Un viaje extraordinario, siempre es una experiencia única, diferente en cada expedición ..seguiremos la labor que hemos empezado y será trasladada a otras localizaciones
Excepcional aventura, les admiro y felicito, un abrazo enorme de la familia de Francisco, le copio la crónica para que pueda leerla, despacito como él puede.